La forma más conocida de medir la pobreza es a través del ingreso monetario de los hogares y sus miembros. Dicho indicador de pobreza, mide el porcentaje de la población con ingresos por debajo de un estándar o mínimo de ingresos mensuales necesarios para cubrir sus necesidades básicas. La ausencia o insuficiencia de ingresos está acompañada de múltiples carencias, como puede ser no tener una buena educación, estar en un ambiente insalubre, enfrentarse con la discriminación y con barreras para la inserción de manera adecuada en el mercado laboral, entre otras desventajas. De tal manera, medir la pobreza exclusivamente a través de los ingresos es insuficiente para ver toda la complejidad de esta.
Para tratar de superar esa mirada, se han desarrollado indicadores compuestos por varias dimensiones de la calidad de vida de las personas. Entre ellos, está el índice de pobreza multidimensional (IPM), que mide quince variables, que reflejan cinco dimensiones de la pobreza1. Lo cual, tiene muchas ventajas en el estudio y la focalización de políticas públicas para superar la pobreza.
Recientemente el DANE publicó los resultados de la medición del IPM para el año 2022. Dado que estos resultados se dan dos años después de las difíciles condiciones que tuvieron que enfrentar las familias en la emergencia sanitaria, en especial las más vulnerables, es importante ver cómo ha cambiado dicho panorama para los hogares. De tal manera, en este Informe Semanal presentamos los cambios recientes en la pobreza medida con este indicador. Así, como la evolución de cada una de sus dimensiones. Se encuentra que una de las variables que en los años recientes ha influenciado de manera positiva a este indicador es el aseguramiento en salud. Se muestran las diferencias geográficas, que evidencian el reto de política pública que significa cerrar las brechas en desarrollo que existen entre regiones.